Erasmo
Siempre me ha interesado, conmovido, la valentía de un hombre cuyo cristianismo chocaba inexorablemente con un sistema de valores herederos de una jerarquía adulterada, teniendo como excusa la fe religiosa, en este caso la de Cristo, o cualquier otra con base espiritual.
Amaba la libertad del pensamiento y la pureza primaria de una religión, cuya mayor máxima era el amor a Dios y a sus semejantes humanos.
Precursor a su manera de la Reforma Protestante, no coincidía con el libre albedrío de Lutero, pero tenía con él afinidades teológicas con Roma y frente a Roma. Fue un ser honesto en conciencia.
En la Tierra, no hay duda, el hombre tiene el uso de la razón. A veces razón de locos y otras, razón de egoísmos sin piedad, cuando muchos hacen profesión de fe que será auténtica por voluntad propia, tal vez por convicción, pero que tropieza con aquella máxima de Jesús: “Por sus obras los conoceréis”.
Nuestro mundo actual tiene cristianismo en la conciencia, pero también paganismo. Tenemos libertad, pero la tenemos dudosa. En lo que aparenta inofensivo, somos libres, pero sí, acusamos; la libertad está restringida.
Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. ¿Quiénes usan la verdad, y no para la libertad misma, sino para el honor y la dignidad? Libres, lo somos: en el pensamiento. Pero libres para comunicar ese pensamiento a los demás, lo dudo. Y el pensamiento íntimo no basta al hombre.
Tener uno sabiduría y no comunicarla, no ya por pedantería sino por necesidad de comunicación con nuestros semejantes, es tener una sabiduría pseudo-nula.
La confidencia forma parte indispensable de la vida. Guardar para uno mismo secretos e ideas, es una anomalía del alma.
Hombre
Un hombre no puede hacer de su propia vida un triste soliloquio. Precisa sacar al exterior la felicidad y las torturas de su alma, y si no de su alma, de sus manifestaciones sensitivas. Es como el agua que se desborda de la capacidad de un recipiente.
Lo íntimo de un hombre necesita un confesor, no ya para perdonar (que puede ser justo), sino para echar fuera de uno lo que en su pecho y su corazón ya no cabe. Ocurre como con las ideas. ¿De qué me sirven a mí y a ti, si las guardamos en el armario de la misma conciencia? Por momentos, por días, por años tal vez; pero, a la postre, esas ideas se constituyen en obras y confesamos con ellas las ideas y las convicciones propias. “Lo malo es lo que sale de la boca, lo del corazón tal vez”, me pregunto, aludiendo a Jesús. Pues ambas cosas, creo. Porque somos humanos y no divinos. Porque somos bestias y no ángeles. La libertad es un don. Contra ese don se ha violentado, y causado muerte la saña incluso de los religiosos. Y lo peor de todo, en el nombre de un Dios que proclamaba “Yo soy el Amor”.
Conocimiento
Cristo no puede estar en contra de la Ciencia; porque él mismo dijo lo de: “¿No sabéis que sois dioses? ¿Y qué hacen los dioses sino crear y mandar? Investigar para salvar vidas, es no matar; y “NO MATARÁS”, ES UNA ORDEN; una orden para los que profesan una fe como la nuestra. ¿Qué diría Erasmo, juzgando con su encomiable saber, de los atropellos del presente?
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